El 5 de enero volvía a casa en autobús. Un chico de más o menos mi edad se bajó en la misma parada que yo, pero cuando ambos fuimos a entrar en la calle que da a mi portal cada uno eligió un camino diferente. Para llegar a mi casa hay dos aceras y por en medio discurre una pequeña carretera. Una de las zonas peatonales es muy ancha, con bancos, bien iluminada por las farolas y con algunos comercios en los locales bajos. La otra es mucho más estrecha, apenas tiene iluminación y, por lo general, resulta incómoda de atravesar. El chico escogió esa opción sin pensarlo, yo, sin embargo, opté por la acera más segura. Aunque hoy en día parece una decisión inconsciente, la mayoría de mujeres (o colectivos especialmente vulnerados en las calles) hacemos un repaso rápido en el exterior para elegir siempre el camino con menos riesgos. Aquel que nos permite entrar en una tienda si surge un problema, el que no tiene muchos escondites invisibles o del cual podemos salir corriendo si se da el caso. Ese chico ni siquiera lo pensó, él escogió el camino que más le apetecía en ese momento. Mientras que yo tuve que analizar brevemente cuál sería mi mejor opción en caso de encontrarme una situación complicada.Esto me recuerda a un viaje a Valladolid con mi familia. El guía turístico nos comentó que la ciudad se había llevado en 2011 el premio a la mejor iluminada del mundo gracias un proyecto que busca aumentar la eficiencia energética del alumbrado público. Una de las medidas que aplicaron más adelante, en colaboración con Phillips, fue un sistema llamado LumiMotion, que funciona con sensores ópticos y detecta la presencia de personas para incrementar el nivel de luz. El guía lo decía con orgullo, pero la mayoría de mujeres presentes lo miraban aterrorizadas, imagino que por ver el peligro de no saber quién está al final de una calle si hay menos iluminación.Esa sensación de estar constantemente alerta es agotadora y aterradora. Y lo que más rabia me da es que ni siquiera en la ficción podemos librarnos de la sensación de que un día nos van a agredir o atacar. De que no estamos a salvo y que el mundo es un lugar extremadamente peligroso para nosotras. Parece que no hay una buena trama si la protagonista o uno de los personajes femeninos no sufre algo catastrófico. Por ejemplo, la nueva temporada de Outlander se estrenará en dos meses y esta vez no tengo tantas ganas de verla como con las anteriores porque ⚠️ ATENCIÓN SPOILER ⚠️ no me apetece volver a ver las escenas del abuso a Claire (que, en mi opinión, fueron muy gratuitas). Algo similar me pasó con esta película del fin del mundo que vi hace tiempo, cuando en cierto momento parece que a pesar de todas las adversidades, la protagonista también va a sufrir un abuso innecesario. Por suerte no ocurrió así, pero esa sensación y ansiedad que me genera anticiparme a los hechos que usualmente ocurren, me acompaña durante todo el visionado. Y puede que sea un segundo o dos en la escena, pero a mí, personalmente, me persiguen esas imágenes durante semanas. A veces, sin darme cuenta, me vienen flashbacks de abusos y violencias que se me han quedado grabados a fuego en el cerebro y que he visto en películas o por historias reales que he leído en medios. Y de verdad, tengo que esforzarme mucho en quitármelos de encima para que no me torturen. ¿Y cuál es mi solución audiovisual ante estas situaciones? Pues justamente lo que dice esta usuaria de Twitter y que me recuerda lo denostadas que están las 'chick flicks' o películas especialmente pensadas para el público (en general) femenino.
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👀 Mirar siempre hacia atrás
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El 5 de enero volvía a casa en autobús. Un chico de más o menos mi edad se bajó en la misma parada que yo, pero cuando ambos fuimos a entrar en la calle que da a mi portal cada uno eligió un camino diferente. Para llegar a mi casa hay dos aceras y por en medio discurre una pequeña carretera. Una de las zonas peatonales es muy ancha, con bancos, bien iluminada por las farolas y con algunos comercios en los locales bajos. La otra es mucho más estrecha, apenas tiene iluminación y, por lo general, resulta incómoda de atravesar. El chico escogió esa opción sin pensarlo, yo, sin embargo, opté por la acera más segura. Aunque hoy en día parece una decisión inconsciente, la mayoría de mujeres (o colectivos especialmente vulnerados en las calles) hacemos un repaso rápido en el exterior para elegir siempre el camino con menos riesgos. Aquel que nos permite entrar en una tienda si surge un problema, el que no tiene muchos escondites invisibles o del cual podemos salir corriendo si se da el caso. Ese chico ni siquiera lo pensó, él escogió el camino que más le apetecía en ese momento. Mientras que yo tuve que analizar brevemente cuál sería mi mejor opción en caso de encontrarme una situación complicada.Esto me recuerda a un viaje a Valladolid con mi familia. El guía turístico nos comentó que la ciudad se había llevado en 2011 el premio a la mejor iluminada del mundo gracias un proyecto que busca aumentar la eficiencia energética del alumbrado público. Una de las medidas que aplicaron más adelante, en colaboración con Phillips, fue un sistema llamado LumiMotion, que funciona con sensores ópticos y detecta la presencia de personas para incrementar el nivel de luz. El guía lo decía con orgullo, pero la mayoría de mujeres presentes lo miraban aterrorizadas, imagino que por ver el peligro de no saber quién está al final de una calle si hay menos iluminación.Esa sensación de estar constantemente alerta es agotadora y aterradora. Y lo que más rabia me da es que ni siquiera en la ficción podemos librarnos de la sensación de que un día nos van a agredir o atacar. De que no estamos a salvo y que el mundo es un lugar extremadamente peligroso para nosotras. Parece que no hay una buena trama si la protagonista o uno de los personajes femeninos no sufre algo catastrófico. Por ejemplo, la nueva temporada de Outlander se estrenará en dos meses y esta vez no tengo tantas ganas de verla como con las anteriores porque ⚠️ ATENCIÓN SPOILER ⚠️ no me apetece volver a ver las escenas del abuso a Claire (que, en mi opinión, fueron muy gratuitas). Algo similar me pasó con esta película del fin del mundo que vi hace tiempo, cuando en cierto momento parece que a pesar de todas las adversidades, la protagonista también va a sufrir un abuso innecesario. Por suerte no ocurrió así, pero esa sensación y ansiedad que me genera anticiparme a los hechos que usualmente ocurren, me acompaña durante todo el visionado. Y puede que sea un segundo o dos en la escena, pero a mí, personalmente, me persiguen esas imágenes durante semanas. A veces, sin darme cuenta, me vienen flashbacks de abusos y violencias que se me han quedado grabados a fuego en el cerebro y que he visto en películas o por historias reales que he leído en medios. Y de verdad, tengo que esforzarme mucho en quitármelos de encima para que no me torturen. ¿Y cuál es mi solución audiovisual ante estas situaciones? Pues justamente lo que dice esta usuaria de Twitter y que me recuerda lo denostadas que están las 'chick flicks' o películas especialmente pensadas para el público (en general) femenino.